martes, 1 de febrero de 2011

El Último Hombre Hedonista

A través de esta nota pude descubrir el porque de mi adicción al café fuerte. Y por fuerte me refiero a realmente fuerte, el triple de lo que en un bar se conoce como “café fuerte”. Si cualquiera de los lectores logra descubrir lo mismo respecto de cualquier otra sustancia, entonces el fin de esta nota esta logrado. Veamos como se da ese descubrimiento.

La idea central es (por favor no se asuste y dele tiempo al argumento): todos somos unos drogadictos encubiertos. En la medida en que ese encubrimiento no sea develado la posibilidad de una sociedad sin adicciones resulta imposible.

Quien tiene la clave de ese secreto, por supuesto no soy yo, sino el genio inigualable de Slavoj Zizek, yo tan solo seré un comunicador de su palabra.

En la presentación del libro Placer y Bien, que Zizek titula “El goce como categoría política”, se encuentran una serie de reflexiones sobre el papel de la droga a modo de analogía para comprender cómo en el capitalismo de nuestros días la política “es más y más la política del goce”. Partiendo de este punto, el análisis de Zizek atraviesa la diferencia entre un Occidente liberal-tolerante y un Islam fundamentalista, diferenciados por el derecho de la mujer a la sexualidad libre, donde encontramos el “goce” como categoría, operando en el centro de esa diferencia, hasta llegar, a través del psicoanálisis Lacaniano, a la idea del “goce absoluto”, donde desaparece la dimensión del goce del Otro. Para entender un poco mejor este recorrido de Zizek, veamos como funciona la analogía o la metáfora, con las drogas.

Dice Zizek: Lo que las drogas prometen es un goce puramente autista, un goce al que se accede sin el rodeo a través del Otro (del orden simbólico). “sin el rodeo a través del otro”, significa un goce sin ninguna representación simbólica, esto es, un goce que ataca directamente nuestros centros neuronales de placer. La experiencia de la drogas abarca entonces, lo Real del goce (sin representaciones) y “la proliferación salvaje de fantasías” (del orden simbólico con representaciones); valgan como ejemplo los efectos alucinógenos de la droga, que según comentan, “hace ver”, formas alocadas, colores extraños, sensaciones indescriptibles, etc. No obstante, no hace falta llegar al extremo de las drogas que atacan directamente nuestros centros neuronales para encontrarnos con el funcionamiento del goce, no ya sin su representación simbólica, si no, peor aun, sin su cualidad sustancial.

Volvamos al plano de la realidad cotidiana donde encontramos, haciendo un pequeño paseo por el supermercado, ejemplos de esto último. La lista es la siguiente: café sin cafeína, crema sin grasa, cerveza sin alcohol. Y mas allá del supermercado, el sexo virtual como sexo sin sexo, y mas allá todavía, la realidad virtual como realidad sin Realidad, o (este es el punto al que quiere llegar Zizek) la doctrina de Colin Powell de guerra sin guerra, y por ultimo, la política como arte de la administración experta, como política sin política.

Llegado este punto se abre la pregunta que es la clave del encubrimiento: “¿No es ésta la actitud del Ultimo Hombre hedonista? Todo está permitido, uno puede gozar de todo, pero desprovisto de la sustancia que lo hace peligroso.” A todas luces se hace comprensible la afirmación del comienzo: todos somos drogadictos encubiertos. Todo esta permitido, todos consumimos todo desprovisto de la sustancia que lo hace peligroso, pero no obstante, lo consumimos. La frase no es redundante aunque lo parezca, tiene la clara intención de poner de relieve la acción, por que, quitado o no el peligro, el acto de consumir sigue estando, y en él radica todo el peligro de la adicción. Aquí la excusa de “estar desprovisto de lo que lo hace peligroso” deja de funcionar, y entonces, ingresamos al nivel del comportamiento social, y de cómo, ese último hombre hedonista, se vuelve parte de una Ultima Sociedad Adictiva. La combinación, hace explotar las esperanzas.

Claro que hay una detalle que hace distinta esta reflexión a cualquier otra “clásica” sobre drogadicción, puesto que los ejemplos usados por Zizek, como el dice, son de cosas permitidas sin sus sustancias peligrosas, ejemplos como el paco y la cocaína, no caerían bajo estas líneas.

Pero, acaso no es ese el lema de muchos de los consumidores de éxtasis, marihuana, cocaína, y porque no, pornografía también; qué “no es peligroso”, que “yo la controlo”. Cuan seguro estamos de qué adicciones son “sustancias peligrosas”, ¿la televisión lo es?, y ¿la internet?

Si nos situamos en el mismo plano de Zizek, y nos quitamos la mascara, reconociéndonos como ese Ultimo Hombre hedonista, estas nimiedades tal vez, como son el café sin cafeína o la cerveza sin alcohol, tienden hacia un horizonte mucho mas terrible. Repito, lo de unas líneas atrás, el goce absoluto, es el goce sin el Otro. Ese horizonte, atenta contra toda posibilidad de la política, contra toda posibilidad de vivir en una “realidad con realidad”, en una “realidad con Otro-s”.

La situación de gravedad que implica la droga en los niveles mas conocidos, como el paco en las villas, las llamadas drogas de diseño en las clases altas (pido perdón por estos lugares comunes y prejuiciosos, pero las mas de las veces son exactos para representar el imaginario social) o el trafico de drogas; no nos impide, preguntarnos por la situación de nuestra cotidianidad, por nuestra comprensión del placer y el goce, directamente ligados a la adicción.

Por que si no empezamos preguntándonos por eso, podríamos, como dice Zizek: ¿para que molestarnos con el café? ¡Inyectémonos cafeína directamente en nuestra sangre!

Fragmentos del Libro Invisible (Silvina Ocampo)

Cerca de las ruinas de Tegulet, en la Ciudad de los Lobos, antes de mi nacimiento, hablé. Mi madre, encinta de ocho meses, me oyó decir una noche: "Madre, quiero nacer en Debra Berham (Montaña de Luz). Llévame, pues allí podrás ser la madre de un pequeño profeta, y yo el hijo de esa madre. Cumpliendo mis órdenes te aseguras un cielo benévolo".

De mi discurso prenatal conservo un recuerdo vago envuelto en brumas; una festividad de flores y de cánticos, a medida que pasa el tiempo lo alegra. El viaje era largo y peligroso, pero mi madre, que era ambiciosa, pintó sus ojos, untó de manteca su pelo, elevó su peinado como una colmena, y con todas sus pulseras –que le servían por las mañanas de espejos–, los pies desnudos y su mejor vestido, obedeció a mi voz. El sol del verano como una enorme hoguera abrasaba a los hombres. Ella lo atravesó sin perecer porque me amaba.

Los relatos de mi madre, que guardaba como una reliquia, el vestido hecho jirones por el viaje (además de una fiebre palúdica y una erupción en forma de rosas, sobre la dorada oscuridad de su piel), exigían mis explicaciones: "No fue por vanidad que te ordené un viaje tan penoso. Si no me hubieras oído hablar en tu seno antes de nacer, si no hubieras acudido a Debra Berham, no hubieras sido mi madre: esto molestaba a tu alma y no a mi soberbia.

Tengo muchas cosas tuyas que juntar en este mundo para llevarlas al cielo". "Contemplar un árbol o una jirafa, respirar el olor de la lluvia o del fuego, oír las carcajadas de las hienas, mirar de frente el sol, en éxtasis la luna, no parecen cosas importantes: no sabremos nunca todo lo que hemos perdido o ganado en esos instantes de contemplación. Un mes antes de mi nacimiento, si no hubieras estado, en la noche, esperando los cantos del alba; si hubieras estado como tus hermanas, dormida, no hubieras escuchado mi voz en tus entrañas. Fuiste dócil al destino, fuiste atenta: de ese modo se logra la dicha." Mi caballo rojo espanta los reptiles cuando lo llevo al río a beber. Grutas, follajes intrincados, son mis guaridas en los días de tormenta, pues nunca duermo debajo de un techo. Me alimento de frutas, de yerbas y de raíces. Mi rostro, como los cielos del poniente y de la aurora, jamás se repite. No me conozco. Conozco a los otros, a los que me conocen. Algunos pastores dicen que soy un monstruo, con largo y sedoso pelo, otros que soy de una belleza deslumbrante y altiva. Dicen que mis ojos son de un azul profundo, de un verde desvaído, tan hundidos en las órbitas que no se pueden ver sino a ciertas horas. Dicen que mis pupilas sólo reflejan el rostro de los seres que comparten mi fervor y que los otros ven en ellas el mero reflejo de una calavera o de un mono.

La mentira origina el miedo y el miedo la mentira.

Conozco el lenguaje de los muertos, de las plantas abisinias, de las bestias y de los minerales. He compuesto dos libros, dos libros invisibles cuyas frases imprimí únicamente en mi memoria, sin recurrir a la tinta, al papel y a la pluma. Desdeño esos groseros instrumentos que fijan, que desfiguran el pensamiento: esos enemigos de la metamorfosis y de la colaboración. El que se atreva a imprimir mis palabras las destruirá. El mundo no se reirá de mí sino de él. Mi libro, en caracteres impresos, se tornaría menos importante que un puñado de polvo.

El primero de mis libros, que se titula El Libro de la Oscuridad, lo comencé a los doce años. Ni en un árbol, ni en una piedra, ni en la tierra, donde a veces dibujo, grabé uno solo de mis pensamientos. Al principio las frases se formaban en mi mente con dificultad, con lentitud. Una vez que se arraigaban en mi memoria las hacía repetir por mi madre, y, cuando fui mayor, por mis discípulos, que a veces se equivocaban. Estas equivocaciones todavía me deleitan: suelo modificar mi texto de acuerdo con ellas.

La memoria es infinita, pero más infinita y caprichosa, como los senderos de un dédalo, es la invención que la modifica. Mis discípulos tratan de reemplazar la memoria con la imaginación. El segundo libro, que actualmente compongo, y que contiene hacia el final

mi autobiografía, se titula El Libro Invisible. Nunca compongo más de nueve frases por día, nunca menos de tres. Al principio necesitaba recurrir a los objetos y a los lugares inspiradores: si hablaba de una piedra tenía que tenerla en mis manos mucho tiempo; si hablaba de una gruta, permanecía en su recinto varios días y varias noches contemplando los cambios de la luz según las horas; si hablaba del agua de un lago tenía que vivir en sus orillas; si hablaba de alguno de mis discípulos tenía que pasar largas horas con él, escuchando su voz, estudiando la estructura de sus frases, las formas de sus equivocaciones, la expresión de su dicha o de su tristeza.

Creo en un número incalculable de dioses que moran en el sonido, en la forma, en el color, en la fragancia. Ninguna cosa es más importante que otra. Yo no deseaba asombrar a nadie, pero ciertas actitudes mías lograron el asombro.

En vez de aspirar una flor, la acercaba a mi oído y, ante los trémulos

discípulos, decía: "Puedo oír el corazón de esta flor como el vuestro. Ella clama

por agua como vosotros por la gracia divina, y vuestra voz es pequeña como la

voz de esta flor. Dios tendría que acercarnos a su oído como yo acerco esta flor

al mío, pero no existe un dios que atienda a estas cosas".

"En las flores hay una voz misteriosa y fina como la del violín que escuchó mi madre, en Persia, a los nueve años. ¿No la oyen ustedes? Las flores y todos los elementos que componen la naturaleza tienen voces sutiles. El espacio está tejido por estas voces. El silencio jamás es absoluto. En las noches más profundas oímos siempre un murmullo lejano, revelador de una suma de infinitesimales voces: todos los pensamientos que se formulan en el mundo vibran en esas voces. En una piedra podemos oír, si escuchamos con atención, el trayecto del tiempo; en el ruido de la lluvia podemos oír el diálogo vacilante de los primeros hombres; en ciertas plantas podemos oír a las mujeres de la

antigüedad elaborar secretos; en el estruendo de las olas que se elevan en los mares podemos oír la aclaración de algunos hechos históricos; ciertas alondras nos traen anuncios del futuro más próximo. Si ustedes no se dignan oír estas voces ¿cómo podría un dios oír las vuestras?"

A veces en medio de nuestros diálogos instaba a mis discípulos a cerrar los ojos y a estudiar la oscuridad (éste era uno de nuestros ejercicios diarios). Era penoso al principio. Los ojos cerrados, las moradas de nuestros ojos cerrados eran mundos luminosos donde existían flores, pájaros, rostros, paisajes, objetos imprecisos. Mis discípulos tenían que describir estos mundos, uno por uno, detalladamente. Era difícil, casi imposible, precisarlos: se interponían imágenes indefinidamente variadas, y al final intervenía siempre el sueño. En El Libro de la Oscuridad aparecen más de mil láminas detalladas, más de mil formas distintas, que me transmitieron mis discípulos y que yo mismo estudié en largas meditaciones. Todas tienen un significado. Tratábamos vanamente de hacer coincidir las formas que veíamos en cada una de nuestras oscuridades. Uno de mis discípulos descubrió en mi mano, al abrir los ojos, una hierba

amarilla que nació en los dominios de la oscuridad. El sólo la había visto y la encontró en mi mano. Éste fue tal vez el milagro más involuntario que realicé en mi vida. ¿Por qué no elegí un rostro, o aquel jardín con grutas azules, o aquel océano incendiado, para trasladarlos a este mundo, en vez de aquella hierba minuciosa cuyo origen nadie conocerá? Esta planta se llama "Planta dorada". El viento llevará sus semillas al

Monte del Líbano y a las sendas que conducen a Damasco. Florecerá en mayo y será invisible durante el día. La buscarán los alquimistas porque puede transmutar los metales.

He vivido mucho; demasiado. Veré morir a mis discípulos. Un día penetraré en las regiones que se extienden más allá de la vida. Las visitaré antes de morir. Para eso he estudiado. Lebna, el menor de mis discípulos, era reservado y meditó su muerte con

pudor. Era difícil advertir un cambio en él. Con la cabeza inclinada sobre el brazo izquierdo, como cuando descansaba boca abajo, yacía entre las hierbas. No es cierto que ordené un breve silencio a los pájaros y que agrandé el tamaño de la primera estrella, en señal de duelo como algunas personas lo aseguran. "La puesta de sol no es más dolorosa que el alba: si no me afligió tu nacimiento por qué ha de afligirme tu muerte." ¡Ah, qué vana me pareció mi voz sin el eco de la suya! Todas nuestras frases llevan un signo inicial de interrogación: la respuesta está en el oído que la escucha y no en las palabras

que la contestan. Con dolor penetré en ese vacío templo del silencio. ¡Ah, qué joven era yo entonces! Después de estas palabras designaré sólo la hora de aquel lugar desierto. Las horas son mansiones en lugares donde no hay edificios. Las horas son personas en lugares solitarios. El mediodía, como una torre, brillaba con cien espejos. El mediodía, como cien jóvenes, deslumbrantemente pesaroso, permanecía inmóvil. "A la hora en que nace la primera estrella vendrás a mi encuentro. Lebna, no me ocultes nada. No eres un adulto en el reino de los muertos; todavía eres un niño." Con estas palabras llamé a Lebna.

Siguiendo la luz de la primera estrella llegó a las nieblas rosadas de este mundo. Se sentó a mi lado en el banco de la plaza desierta y me dijo: –Lo único terrible de la muerte es no saber cuándo uno muere. ¿Qué podría decirte ahora de mi trayecto, de mi viaje al otro mundo? Pasé por muchas puertas; algunas modestas, conmovedoras, otras con incrustaciones de oro y de piedras preciosas que me escandalizaron. Pasé por muchas puertas transparentes, como de hielo, en cuyas transparencias se veían ciertos colores que los mortales no alcanzan a ver; por muchas puertas altísimas, silenciosas, cubiertas de follajes, de frutos y de pájaros cuyas alas trémulas irradiaban luz en las maderas labradas. Pasé por muchas puertas horribles –algunas eran diminutas, algunas tenían una mano de hierro o de bronce, a un lado, o la cabeza de un león mordiendo un aro, en el centro– antes de hallar el otro mundo en un paisaje complicado, entre edificios y objetos heterogéneos, entre camas, cuadros, armarios, arcos, estatuas, columnas, glorietas, miniaturas, látigos, Bistros, tabernáculos, aureolas, espadas, baldaquines, linternas mágicas, barajas, astrolabios, cariátides, mapamundis.

Lebna me hablaba con una naturalidad que parecía fingida.

–Al principio creí que había llegado a una casa de remates, pero había

jardines y bosques y lagos. Es un lugar bello y a la vez horrible. Algunas cosas son idénticas a las que yo había imaginado después de oír tus palabras; otras seguramente se me hubieran ocurrido si hubiera meditado más tiempo sobre la posible complejidad del cielo junto a ti; otras, no se me hubieran ocurrido nunca, porque te hubieran desagradado. Allí, todo lo que nos parecía de oro y no era de oro en el mundo, es de oro: por ejemplo, las retamas iluminadas por el sol, o el pelaje de algunos animales. Todo lo que nos parecía de plata, y no era de plata en el mundo, allí es de plata: por ejemplo, el follaje del cedro del Líbano, o el agua de un pantano en la noche. Pero lo que es más maravilloso es la muchedumbre de objetos que hay y la música dulce que se escucha en sus recintos.

–Qué parecido eres muerto, Lebna, a lo que eras cuando vivías –le respondí–. Te gustaban los objetos. Hacías colecciones de plumas de pájaros, de dientes de leche, de piedras que lustrabas con la palma de tu mano hasta que brillaban y que luego horadabas para hacer collares. Te deleitaba el canto de las ranas.

–¿No habremos soñado que has muerto? Las cosas que me dices no me asombran. Las puertas que me describes me repugnan como me repugnan algunas de las puertas de las casas de la gente rica. Sabes que no tengo predilección por las puertas. He vivido siempre afuera. Las grutas y los follajes donde me he guarecido no tienen puertas. En este mundo las cosas que te parecían bellas no me agradan. Sin embargo, no confío mucho en ti. Nunca fuiste observador.

–Siempre me decías que no era observador. Para disimular mis mentiras muchas veces hablabas de mi imaginación.

–En el cielo, si es que estoy en el cielo, no necesito ser observador –me decía Lebna–, no necesito mentir. Allí puede tocarse el fuego: esto no es una mentira. El interior de las llamas, que parece a veces el interior de una fruta al sol, puede probarse, el gusto que tiene es superior al gusto de la miel de las abejas más refinadas: esto no es mentira. Como se junta un ramo de flores, podría juntar un ramo de llamas, con las llamas más ardientes, anaranjadas, azules o violetas.

–Las frutas adivinan los deseos de quienes las van a probar, tienen más o menos azúcar, son más o menos ácidas de acuerdo con cada paladar. Cambian también de forma para agradar a las personas que las miran. La primavera es eterna en algunas regiones y hay ríos de leche, de miel y de licores cuyo gusto es inmaterial como el de las flores. Hay lámparas que pueden iluminar diez mil jardines a la vez y que son pequeñas como luciérnagas o como la piedra preciosa de un anillo. Hay grutas azules donde la sed no existe y mares obedientes donde cantan sirenas benignas en los bordes nacarados de las olas. La salud es variada como eran variadas en el mundo las enfermedades. La ausencia de dolores tiene distintos grados de agudeza. En los senderos de los jardines hay piedrecitas en cuyo fondo se encuentran diminutos jardines, millones de diferentes jardines; penetrar en ellos no es imposible. En cada gota de rocío hay otra noche en miniatura, con sus estrellas. Contemplar estas bellezas es un entretenimiento inagotable, pero también hay cosas horribles que no sabría describir sino muy lentamente. Hay pájaros anaranjados, con seis patas y cuatro alas, sin cara, sin ojos. Hay un crisantemo grande como un imperio en cuyos pétalos mil hombres pueden pasearse. Los pensamientos vuelan como las mariposas. Hay lagos donde el agua es dura como una piedra transparente. Hay perros con caras de hombres y ovejas como árboles. Hay fuentes de donde mana un agua que no moja; árboles con plumas suaves. Hay casas de hielo con muebles de hielo. Hay soles pequeños como granos de azúcar pero más brillantes que el mismo sol. Hay un ajedrez de nácar con verdaderas reinas y un ruiseñor mecánico cuyas veinte mil canciones corresponden a cada una de sus veinte mil plumas.

Descubrí veinte de las figuras de El Libro de la Oscuridad diseminadas.

Apenas las reconocí, se perdían entre tantos objetos. Reconocí también unas plumas lustrosas como las que más codiciaba en este mundo, unas piedras horadadas, unos dientes de leche del color de la nieve. Oh, hermanos, reprimid los suspiros, no guardéis luto por los objetos perdidos ni por los hombres muertos. Que la hierba se seque, y que la flor caiga, pero que el pensamiento dure para siempre.

Muchos muertos creerán que están en el cielo cuando llegan al infierno; esto no sucede por obra de la misericordia divina ni por la perversidad de un demonio que colmándonos de lujo y de belleza física agota la pureza de nuestro espíritu: esto sucede porque está en la naturaleza del hombre equivocarse. En el invierno de una noche murió Nastasen, el primogénito de mis discípulos. Follajes oscurecidos me anunciaron su muerte. Lo imaginé a la distancia, con el cabello ensangrentado y un tigre a sus pies. Encontramos su cuerpo flotando en la superficie de un lago donde solía bañarse a la luz de la luna, en verano. Un tigre lo había herido, en el lago; ya casi muerto intentó lavar sus heridas.

A la hora más blanca del alba cuando rompen a cantar los pájaros, envuelto en las alas del viento, llamé a Nastasen. Siguiendo la luz del alba llegó a mi lado. Reclinados en el parapeto de un puente mirábamos el agua mientras hablábamos. Su voz tranquila y melodiosa se elevaba como un rayo de luz entre las sombras.

–Pasé por muchas puertas modestas, cubiertas de follajes o de marfil con rosas, o con incrustaciones de oro y de piedras preciosas, o transparentes, en cuyas transparencias se veían colores que los mortales no alcanzan a ver, o silenciosas y altísimas. De acuerdo con sus descripciones reconocí muchas de las puertas que me había mencionado Lebna en su narración, comprobé que otras eran nuevas, recién colocadas: en algunas me dijo que había sentido un olor fresco a pintura o a madera. Las basuras, los aljibes, los pisapapeles, las glorietas se habían acumulado. Había visto unas pulseras iguales a las de mi madre, unas pesadas rosas como las que regaba en su jardín. Había oído una hermosa música, dulce y penetrante como la del violín de Persia en su recuerdo.

Si Lebna y Nastasen están en el infierno trataré de merecer la misma suerte. Estoy casi muerto, pero estoy pensando. Estaré muerto y seguiré pensando. El cielo o el infierno se compone de todos los objetos, sensaciones y pensamientos que los hombres tuvieron en la tierra. Esos objetos, esos pensamientos, esas sensaciones determinarán el porvenir de ese lugar infinito.

Oh, trama suspendida en el espacio, tejido luminoso y abyecto, que unirá el presente al pasado y el pasado al futuro. ¿Dónde nació tu primer hilo? ¿Somos el mero sueño de algún dios? ¿Somos una escala prismática? Lebna, Nastasen, Alda, Miguel, Aralia, mis discípulos, al ánfora de la sabiduría he acercado vanamente mis labios. ¡Qué amarga es su agua cristalina!

Mi madre desapareció misteriosamente. No he de llamarla como a mis discípulos, la visitaré; no le pediré que haga otro viaje. Ahora comprendo por qué sus pulseras, sus rosas y la música de su memoria se encuentran en el otro mundo. Tal vez volveremos a nacer y un día todo lo que pensemos o hagamos en la tierra alguien ya lo habrá hecho o pensado antes que nosotros. Entonces, sólo entonces, sabremos si ese lugar que nosotros los mortales hemos preparado es el cielo o el infierno.

Tanto afán tuve en nacer en Debra Berham y ahora lo que llevo en mis manos es un puñado de tierra, unas figuras de la oscuridad, una hierba, unas pulseras, unos frutos y unas flores. Con qué lentitud tan minuciosa tendré que esperar que los siglos renueven las palabras de mis libros y originen un nuevo caudal de objetos que perfeccionarán la felicidad o el dolor. Dios me verá como yo vi las imágenes en la oscuridad. No me distinguirá de las otras imágenes. Soy la continuación desesperada de mi libro, donde

encerré a mis discípulos, a mi madre y a mí mismo.

Soy Lebna, soy Nastasen, soy Alda, soy Miguel, soy Aralia, soy mi madre, soy el caballo que espanta a los reptiles, soy el agua del río, soy el tigre que devoró a Nastasen y el terror de la sangre, soy la oscuridad múltiple y luminosa de mis ojos cerrados.

domingo, 23 de enero de 2011

a simple question

If I were dead
Would you say you were lucky to have me at least a while,
say you gave me all the kisses that you had for me,
think about that night when we decided to never escape,
be satisfied with our last kiss,
"swear that you could not have loved me one more day?

I ask because I'm still here and I dont want to die without an answer
without the possibility of a "no" that bring me another life to live with you.


lunes, 3 de enero de 2011

Desde mi ventana

Un gallo sideral que
canta el amanecer de Madrid
en la noche argentina y
todavía desconfiamos del artilugio
que conecta el universo.
¿Hace falta escuchar el gallo
en Neptuno que canta el
solsticio terrestre?

martes, 7 de diciembre de 2010

Escapista confundido.

Era, había sido, sería e iba siendo un actor, un deportista, un clown, un incomprendido, un niño-adulto a la fuerza, un revolucionario y un reaccionario. Un moralista años mas tarde, un escritor por segunda vez, un filosofo, un culturalista, un intento de artista, un amor atravesado en todo lo demás. Un proxeneta haciendo elegías al amor, un héroe de si mismo y un fracaso de otros. Un pensador contra la filosofía y un lector contra la realidad. Y de todo eso lo único que conserva, con escasa seguridad, es la sensación de un desprendimiento. La sensación de un movimiento incapaz de afirmarse. Y la conciencia transparente y punzante de esas sensaciones.

Un desprendimiento, un movimiento, una conciencia, cuyo único producto es más y más dolor. El inefable dolor de no poder, de no saber: ser.
Y aún siente, cree sentir, o quiere creer, que su dedo apretando en la herida tiene una razón.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Única

Tu has sido, eres y seras
mi único amor. Con vos
compartí todas mis tardes y
noches. tu fuiste mi única
compañía fiel en las noches
de insomnio. Tu me diste las
mayores alegrías, las mas
fuertes melancolías, lo mas grandes
erotismos.
Tu te vendrás conmigo a la muerte
y tu seguirás aquí después de mi muerte.
Y crecerás sin limites cuando dejes de ser
mía, mi querida biblioteca.

martes, 23 de noviembre de 2010

H.G.

they say love is the
most powerful light...
and i I still surrounded
by darkness

jueves, 18 de noviembre de 2010

Homo sentimentalis

Yo no merezco este sufrimiento.
Lo se porque he ejecutado todas
las instrucciones de todos los
manuales en todos los idiomas,
del arte de perderte.

¿Y lo que hice para atraerte
para tenerte? (porque fuiste mía)
Eso deberías recordarmelo vos.
Y vos, ya no estas.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Inmortales

Intento repetirlo. A veces figurándolo

a veces recordándolo exageradamente.

Vuelvo a sus rostros y a sus voces

sin encontrar sus sonrisas ni sus palabras.

Intento suplir un grito con otro grito:

igual o mas fuerte, con la boca mas abierta

o los pulmones mas llenos, o con los ojos

mas abierto o mas cerrados. Y no,

no es el mismo grito.

Intento combatir el éxtasis de sus besos

con estos besos. El desenfreno de aquel

sexo con estos gemidos falsos y forzados

que se pierden en una noche, que no es

mágica, que no es única.

Me invente un idioma y unas señas,

que no tuve con quien practicar.

Diseñe calles y ciudades que no tuve

con quien caminar..

Invente un paisaje de montañas exóticas

donde solo resonaba el eco del silencio.

Descubrí paisajes y playas paradisíacas

en las que nada sucedía.

Quise recrear el éxtasis del Sol y la Luna

intercambiados, del juego de

luces y sonidos ininterrumpidos,

del deseo y la locura del deseo

inalterables.

Llene mis venas de jeringas artificiosas

con sustancias artificiales que ni se acercan

a la adrenalina y el éxtasis de dos mil cuerpos

saltando, tocándose, rozándose, transmitiendo

la fuerza de una sensación que a un solo cuerpo

haría explotar pero a dos mil los hace bailar.

Me desnude bajo la lluvia mirando fijo al cielo

hasta sentir que no había nada mas alrededor.

Gire sobre mi mismo, una y otra y otra vez

hasta imaginarme ser un torbellino

que subía hasta el cielo…

Y no logre tocar el cielo que tocamos

saltando a la par, gritando a la par, bailando,

tocándonos, besándonos, mordiéndonos,

abrazándonos, acostándonos juntos.

Lo intente todo. desde el dolor

mas grande y el placer mas grande y

nada pudo si quiera acercarme a esa sensación.

Intente revivir ciento ochenta días donde

todas las dimensiones de la vida se volvieron

una, y tan solo una: la mas perfecta felicidad.

Me detuve en el tiempo. Me quede ahí en la nada

recordando esa felicidad y me sentí muerto. Y sin

embargo, justo antes de ver la primera lagrima de

tristeza lo comprendí:

hay una sola forma de volverse

inmortal y es cuando uno puede detenerse en un momento

de tanta felicidad, que la vida toda se disuelve y

retrae a ese segundo donde ya nada podría ser mejor.

Yo viví ese momento.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

Tres poemas para uno

Letanía

Amasadas con Lunas y azahares
¿en que nupcial noche sagrada?
Manos que inician la belleza
como una nueva infancia.

Manos de albricia de la gracia
que donde llegan a posarse
son ya un comienzo de alba.
Manos capaces ¿por qué no?
de las mas diáfanas hazañas:
de surcir lirios rotos,
o de remendar alas,
o de remansar en su cuenco
las más convulsas lágrimas,
o de abrevar la ronca sed
que en los arrullos brama.

Manos venidas
en un descenso de alas
para el escalofrió mas hermoso.
El cuerpo alzándose hasta el alma.

Nocturno de Lejanía

Dúo de arroyo y pájaro innumero de música.
El sol remando en ondas de frescor y verdor
Y la sed de corolas del colmenar ardiente.
Y yo tu amor. ¿Tu amor? Mi dolor y mi amor.

Tan hondo como el pió del pájaro en el sueño
in surge este amor mío que inventamos los dos
aun ebrio de ti como un ala de cielo...
(Mi corazón, un Lázaro vuelto aprendiz de Dios)

Por ti la vocación de hondura y hermosura
se me hizo un oficio duro y cabal,
Se alzo, en mirada y ala acrecido, mi verso.
Todo el fervor humano afluyo a mi caudal.

La lira que vibraba secreta en tus caderas
La primavera entera traducida en mujer.
El roció en tu rosa para amenguar su llama
Tu alma: un puro crescendo como el amanecer

Y tu profunda noche constelada de beso
Tu inenarrable beso de estío y ananás
borrando las fronteras del alma y de la carne
y que ambas se disputan para siempre jamás

Los dioses verdaderos con nosotros estaban.
Los dioses sin sobornos ni terrores, oh cielos:
La Verdad y el Amor, en su desnudo edén,
y la Belleza, diáfana en sus sagrados velos.

Desataron su nudo de ceda tus secretos.
¿Fue corona de mirto o corona de espinas?
¿Fue tu pena o tu dicha, con pudor de tu voz
quien, muda, hablo en idioma de lagrimas
diversas?

Yo el candor de que nace nuestro día en tus
manos,
y tus pies, doblegado de hermosura, besé.
Y vi mi amor, dios niño, durmiendo en tus
rodillas
¿O fui un ciego soñando en tu luz? No lo sé.
Ay, dialogo sin pausa de lo ido y el presagio.
Lo que no será nunca, aunque empezó una vez
(¡fuera de mi y dentro de mi crece la noche!),
o lo que fue y mas hondo retornara después.

Secreto Espanto

Ah, tu plenitud de candor, amada
y tu sangre hecha toda de rubores.
Y tu voz, sibila de amor, desvelada.
Y el crescendo en hondo de dicha y dolores.

Con rosas y besos, inconscientemente,
tapamos la boca de nuestros abismos
por si ha de atacarnos, tal vez de repente,
el secreto espanto de nosotros mismos.

Luis Franco

Letras suyas

Leo línea a línea
y veo entre las palabras mezclarse
sus nombres: sugeridos,
imprevistos, inconscientes.
Leo los versos que mientan
sus recuerdos y pasiones.
Mezclo la “eternidad”, el “alma”
y el “infinito” con el nombre
de tu ritmo y de tu música.
Leo “niñez” y “dulzura”,
y amores “inocentes” y genuinos,
amores “ruborizados” e infantiles,
y pienso en tu nombre que tiene
las iniciales de la Luna y de Luz.
Leo, y el nombre que articula los demás
me habla de tormentos y dolores.
Y de dialécticas que encierran el amor
entre el misterio y el desconcierto,
y de los amores que no fueron ni serán,
Y entonces ya no pienso en “vos” sino en “ti”,
y en que ni todas las cañas de tu país
pudieron golpear mi sed.
Las leo a las tres intercaladas en mis páginas.
Agazapadas en mis esperanzas y temores,
Esperando que abra estas paginas que abren
mi alma,
Para cotejar que todavía están ahí,
que tal vez, nunca se irán.

M.F

domingo, 24 de octubre de 2010

Aprender a hablar I

Aprender a hablar I

Quiero compartir el silencio.
Que te sientes al lado mio y
haciendo lo que quieras
acompañes mi lectura.

No tengo nada que decirte.
Permitiría que interrumpas mi
silencio sólo para no responder
y hacer mas profundo mi mutismo.

Todavía no te quiero, tampoco
se si te voy a querer. Y sin embargo
todo lo que quiero es tu compañía.
Tu silenciosa y material presencia
en el sillón de al lado. .

¿Que algo en mi se rompió? Tal vez
¿Me olvide el sentido de las palabras? ¿Me
desacostumbre a que solo duelan?
¿Me di por vencido frente a su divorcio
del alma, de la verdad, de una emoción real?

O será que tan solo descubrí
que en el mas absoluto silencio
de la cercanía de los cuerpos
se puede querer.

domingo, 17 de octubre de 2010

El Necesario Orden. Segunda Parte

I

¿Como enterarse cuando uno esta perdido? Esta pregunta tiene una equivalente o una anterior, ¿Cuál es el origen? A simple vista podría pensarse que la segunda pregunta esta incompleta ya que el origen tiene que ser de algo, el origen de x. X es aquello que se perdió. Entonces, para enterarse porque uno se halla perdido hay que preguntarse, que es la x que se perdió, y cual su origen.

II

El martes a la tarde después de haber dormido 12 hs con innumerables interrupciones, me levante. Despegarme de las sabanas y sentarme en la cama me consumió el resto de las energías que me quedaban para llegar hasta la noche, momento en el cual el calor dejaría de ser agobiante, tortuoso y sufrible, para convertirse en un malestar más de los muchos cotidianos que no dejan sobrellevar el día con decencia. Apelando al automatismo propio del movimiento de los cuerpos según la mecánica newtoniana, le imprimí fuerza al cuerpo inerte y lo deje desplazarse, recorriendo los cuatro espacios que comprendían el departamento. La ausencia de volición en mi ser era tal, que no necesite si quiera, una fuerza de resistencia para detener el movimiento de mi cuerpo. Corolario: La mecánica de newton no sirve para ser aplicada a las fuerzas de la volición.

Sentado de nuevo en la cama, se me impregno una sensación horrible, la sensación de que ese mismo acto se había repetido diecisiete mil veces seguidas. Me invadió un profundo asco por mi ser, unas detestables ganas de no ser mas lo que era. En ese momento la metamorfosis de Kafka me sonaba a la resurrección hermosa de una mariposa, tal era mi hastió.

Recurrí nuevamente a los principios de acción que no necesitan de voluntad alguna. Pase de la cama a la silla negra con rueditas que estaba a unos centímetros, una vez sentado gire lentamente con los ojos cerrados con el deseo de que junto con la silla girará la tierra y que entonces al abrir los ojos estaría en Indonesia o en Camboya o en el Purgatorio o en el Séptimo circulo, o en el Kinkukaji o en el ultimo punto de latitud del extremo Norte del Polo Norte. No hizo falta abrir lo ojos para constatar que nada había cambiado, a esta altura podía sentir en el aire, en el entorno, la insoportable pesadez del ser de mis apuntes. El eterno escritorio seguía ahí, con sus eternos libros, cada uno con sus correspondientes notas, que contenían ideas brillantes que nunca llegarían a brillar.
Sin encontrar ninguna intencionalidad en mi estado, deje que la cotidianeidad (primer principio de acción que no necesita de volición alguna) amoldara la forma del tiempo y del día; y sin ofrecer resistencia, colgué los brazos al costado del cuerpo y obedecí. Durante dos horas leí “Two Dogmas of Empirism” con la mayor displicencia que hubiese en el mundo (en el transcurso de esas dos horas me levante varias veces al baño y a tomar agua, cada vez que volvía al escritorio anotaba en el margen de una hoja algunos números: 17.001, 17.001, 17.002, 17.003, etc) “La apelación a lenguajes hipotéticos de un tipo artificialmente sencillo podría probablemente ser útil para la aclaración de la analiticidad, siempre que el modelo simplificado incluyera algún esquema de los factores mentales, comportamentísticos o culturales relevantes para la analiticidad… un alumno levanta la mano para interrumpir al emérito y reconocido profesor, luego de la breve pregunta y la inmejorable respuesta del profesor, que prueba nuevamente porque es una de las mentes brillantes de este mundo, el profesor se distrae. Nota que en primera fila una chica lo mira fijamente a los ojos, en la mirada no oculta su deseo por el, más bien, no teme en dárselo a conocer. El cruce de miradas continua, y en el interior del inconsciente pervertido del académico se elucubran fantasías que desdibujan y reinventan los limites de lo copulativo. La alumna, claramente reúne todas las condiciones como para ser el objeto de deseo perfecto, sino, no seria ella quien la estuviese mirando.

Horas mas tarde camino a su casa, sentado en el último asiento del colectivo, ajustando la vista sobre el resto del colectivo, trata de comprender el movimiento ilógico de los pasajeros. Como si la gravedad su hubiese situado a cada lado del colectivo las personas se aprietan contra los costados con movimientos violentos. En los escalones de adelante una mujer hermosa muestra lentamente el perfil de sus piernas, sonríe amablemente al chofer y con un firme y seguro paso encara el pasillo. Todos contienen la respiración.

A medida que avanza sus rasgos se hacen mas claros y en el ambienté ya se sabe que la alumna tiene la mirada fija en el profesor. Este ultimo no se inmuta, se sonríe confortablemente, estira las piernas, se molesta en los detallas del vestido rojo, le presta atención al paisaje en la ventanilla, sólo de reojo y de pasada se fija en su alumna. Respira tranquilo, tiene la experiencia de haber pasado mil veces por esta situación. Sabe que a ella, a cada paso se le acelera el corazón, sabe que él le traspiran las manos, sabe que ella en el más erótico de los movimientos va a rosar su pierna por entre medio de las de él, se va a inclinar con la lentitud con la que se inclina un imperio, pasando su mano por detrás del cuello le va a tirar el pelo, sabe que él en ese momento va a apretar la mordida y respirar con fuerza, entonces ella le va a morder el labio, después le va a esquivar un beso rozándole con sus labios, entonces el desaforado y eufórico la toma con ambas manos y pone fin al momento. Luego todo sigue con normalidad, la gente vuelve a su lugar, y el con la alumna sentada en la falda la explica porque siempre supo que esto iba a pasar… la picadura de un mosquito me arrebata de súbito de mis fantasías, instantáneamente mi existencia se amolda nuevamente… culturales relevantes para la analiticidad, cualesquiera que ellos sean”.

III

El transcurso de una semana comprende 40.320 minutos. El tiempo que tardo en caminar de la pieza al baño, del baño al living, del living a la heladera deteniéndome a tomar un vaso de agua, y volver a la pieza, es de 2 minutos y 37 segundos. Esto significa que en una semana puedo hacer ese recorrido unas 17.000 veces (aprox.), siempre y cuando no haga mas que hacer ese recorrido.

IV

Cinco años atrás lo que hoy es un infierno era un paraíso. Las actividades tenían el gusto de la pasión, el tiempo se impulsaba por la ansiedad de la conquista en el más prolífico de sus sentidos, estudiar era un deleite en cualquiera de sus formas, ejercer el pensamiento un acto inherente e inevitable que producía las sensaciones mas deliciosas, las mañanas tenían armonía, las tardes introspección, las noches conducían indefectiblemente al “camino del exceso por el cual se llega al palacio de la sabiduría”… Black era carne en el cuerpo. El sol una fuente de energía y no una duración del tiempo en la que el espíritu es sedición. Hoy todo eso esta perdido, el horizonte esta perdido, la voluntad esta perdida, el destino errante lo signa todo, el desasosiego, la naturaleza del cuerpo corroído, hasta lo biológico determinado por generaciones pasadas y futuras completamente desconcertado, el instinto trastornado por los desvaríes constantes de la razón, la moral hecha estética, una estética horrible y desabrida, una existencia gris y nebulosa, la conciencia colmada de los negros humores de la bilis, y la bilis asediada por ácidos estomacales, todo vomitivo, todo repulsivo, de la ventana para afuera todo putrefacto, el mundo perverso, la sociedad pervertida, el amor lastimado, la gentileza amputada, la amistad traicionada, todo degenerado. Estoy perdido, harto perdido. Nada me retiene, nada me sostiene, nada me impulsa o detiene, nada de lo que hay ahí para el hombre es, ni “hombre”, ni “hay”, ni “ahí”.

V

17.033, la situación es insostenible.

VI

En ese desorden de universo, en ese caos inescrupuloso, en el vacío extendido, una y solo una pregunta me hago, ¿Qué se perdió? Y la única respuesta que me viene a la mente, solo consigue terminar de destruir todo lo que es escombro en polvo: Las ganas de matar. Para el lector atento el origen ya ha sido revelado. Principio de inmovilidad o lo que es lo mismo la ausencia de volición. Imposibilidad de elección. Saturación total entre lo deseado y lo efectuado. Falta de posibilidades del ser. Inescrutabilidad del futuro, ininteligibilidad del presente, desmembramiento del pasado.

Si bien toda mi anterior empresa, no tuvo por fin, objeto y anhelo, más que a la muerte misma, está, estuvo errada. Hundía el puñal en el vacío, asesinaba la corporalidad ya otrora muerta. Si bien necesaria, la primera serie de matanzas no fue suficiente. Algo quedo vivo, algo se multiplico por debajo de la superficie, algo que durante tiempo se gesto en silencio, en secreto, algo que cuando se dispuso a salir lo pobló todo; algo que hoy lo puebla todo, lo toca todo, lo contagia todo; algo inmaterial, intempestivo, frívolo, inhumano o sub-humano, un modismo que se erige contra el instinto de supervivencia. Ya siento por mis venas correr el frío sanguinolento del preámbulo mortuorio, la ansiedad exuberante que produce el deseo de extinguir, la afanosa búsqueda de la victima; y para esta nueva ocasión, la sepultura perpetua de su espíritu.

VII

Los preceptos de Dios y la indiferencia.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”
Éxodo 20. Viejo Testamento.

A estas alturas las páginas de Radiguet son ilegibles, en su lugar me entretengo con las ironías y decepciones de Mefistofeles. Por razones, tal vez obvias, mi alma se siente a gusto con este personaje. Más con sus decepciones que con sus ironías, pero con la diferencia de que a mi alma el hombre le produce angustia más que aburrimiento, y un poco de desesperanza también. Claro que Mefistofeles todavía tenía el juego del amor en toda su riqueza, para desafiar e impulsar al hombre; yo por mi parte no tengo mas que la indiferencia de unos y otros, y un juego, que nada tiene de lúdico ni romántico, menos de alegría y felicidad o de placer y erotismo. A lo sumo encuentro la perpetuación de una costumbre que sólo encuentra su razón de ser en la imposibilidad de sobrellevar la soledad, en la intención de alejarla lo más posible. Intención que, paradójicamente, lejos de cumplirse se multiplica, pero claro, en lo profundo, en el interior de cada persona. Y digo paradójicamente por que hace mucho el hombre perdió la capacidad de encontrarse en lo profundo de su interior. El hombre hoy habita en la más absorta superficialidad de su cuerpo.

Junto al desgaste de las páginas de Radiguet también se perdió mi manía por los tiempos sobrios. A la meticulosidad que era la marca registrada de mi trabajo se la comió la vorágine de lo concreto y lo efímero. Cuanto más rápido mejor, ese seria el nuevo concepto que prima, el de la fugacidad, que se corresponde con las propiedades del objeto de mi trabajo. Y por lo tanto, es clara e inevitable la contradicción con los tiempos de mi mente.

Hoy encuentro expresada mi labor en un sencillo concepto, el de la Fatalidad. Tanto por su acierto fatal, como por su significación teleológica, es decir, por el significado que remite al destino ineludible que conlleva toda fatalidad: la mejor conjunción posible entre azar y tragedia.

No hace falta prolongar más la cuestión, mañana mis asesinatos tendrán una única constante que se proyectará en toda esta nueva empresa…Asesinar la imagen.

A primera viste podría considerarse una tarea inicua o vulgar, pero en el asesinato de la imagen se esconde un doble asesinato el de la persona y el de su imagen, digo mas, un triple asesinato, el de la persona, la imagen y el espíritu; digo aun mucho mas, un cuádruple asesinato, el de la persona, la imagen, el espíritu, y por ultimo la corporalidad primera del ser humano, atada a los avatares del principio de la imagen.

De aquí, la clara trascendencia y necesariedad, para nuevamente, el orden del mundo, de esta loable tarea. Asesinar en el sentido estético, y por inevitable trascendencia, asesinar en el sentido ontológico y vital del ser humano.


Salí a despejar una riña de gatos que tenía lugar en mi cabeza hace tiempo. Entre en un bar de esos que se caracterizan por ser bien ruidosos. El espacio más que chico es justo, el humo denso, las voces gritonas, la música ensordecedora, un lugar perfecto para acallar los pensamientos y encontrar un poco de paz. Sumirme en la total vulgaridad ya no me preocupa. Estoy ahí vaciándome a gusto, dejando de ser por un rato. Buscando aunque sea unos minutos en que la mandíbula deje de roerme la vida. Un par de mesas a lo lejos se desenvuelve una situación desesperante. La chica sostiene la cabeza con su mano derecha, el codo apoyado en la mesa ya dejo su marca en la madera, un pañuelo sujeta todo el pelo (negro seguro), no usa anteojos, no fuma y tampoco esta tomando, ergo, no se mueve en lo mas mínimo. La otra chica que oficia de interlocutor es, como no podría ser de otra manera, las antípodas. No deja un segundo de rascarse la nuca, frotarse la nariz, sacarse los pelos de la cara, fumar y tomar. No me detengo ni un segundo a pensar su posible relación. Sean amigas, novias, primas, hermanas, lo que sea, no se conocen. No tienen nada que decirse. No hay ninguna posible conexión entre ellas. La desesperación se materializa en una tensión eléctrica que debería hacerlas explotar. Sus cuerpos parecen estar mediados por un hierro, cuando una se hace para adelanta la otra para atrás y viceversa. No se buscan los ojos al mirarse, no intentan escucharse, mucho menos responderse. Juraría que en la mente de la chica del pañuelo se esta llevando acabo una venta artesanal de ceniceros de arcilla, en cambio, en la mente de enfrente se esta corriendo una carrera de motos. No hay razón alguna, acorde al signo del universo, que pueda justificar esa reunión, esa conversación, esos soliloquios. Lo único que hay es la perpetuación de una práctica que conforma el esteticismo moderno. Lo único acorde que hay son los pantalones negros, las botas negras, y las remeras negras. Ese detalle es el único que puede funcionar de punto por el cual pase una recta que una ambas almas. Un color.

No se diga más. Mientras pido la segunda cerveza, por un precio que contribuye notablemente a incrementar el sabor exquisito de esa cerveza, tanteo los bolsillos de la campera y del pantalón en busca de un arma letal. Entre las monedas, los billetes y los cigarrillos que deje de fumar encuentro un invisible. Nunca se me había ocurrido, pero por ejemplo, a los fines de ocultamiento, es una excelente arma, lo mismo que para no dejar huellas, así que con eso es suficiente. Con el arma elegida, ya esta todo listo, queda la dulce espera hasta que la conversación llega al punto insostenible del cual partió y ambas muchachas decidan retirarse. Como sinceramente no tengo ganas de pensar, voy a seguir a la que salga y doble por primera vez a la izquierda.

Al principio me dije, quién muera hoy será pura decisión del azar, segundos después reformule mi afirmación, quién muera hoy será pura fatalidad.

A las cuatro y treinta, cuando se me esta terminando la cerveza, las “almas gemelas” se levantan y enfilan para la puerta, cruzan la puerta y se detienen un segundo en la vereda, intercambian algunos gestos y suben hacia el sur, habiendo doblado a la derecha. La felicidad de que ya estén afuera del bar impide que me moleste el detalle y comienzo tranquilamente a seguirlas. Después de 8 cuadras y dos giros mas a la derecha empiezo a impacientarme, pero fiel a mi suerte se que seré recompensado, y efectivamente lo constato unos metros después, cuando la chica del pañuelo, después de un beso insípido, gira hacia la izquierda, cruza la calle y camina por el borde de una iluminada avenida, que mas que alertarme sobre el peligro de la luminosidad, excita mi sentido de la valentía, de la intrepidez. Esa avenida llena de autos y luces me presenta de frente y mostrando los dientes un hermoso desafío, un reto digno de mi ingenio. Cuidadosa pero distraídamente, como corresponde a un buen asesino, me coloco en línea recta detrás del pañuelo y junto con el pañuelo detrás de la chica y detrás del negro también; y empiezo a acelerar el paso. Me separan unos tres metros de mi objetivo, que en 4

cuatro segundos pasaran a ser tres centímetros. Sin el menor ruido acelero furtivamente el paso… pasaron los cuatro segundos. Mientras mi brazo derecho se coloca a la altura de la cintura, la mano izquierda hunde y desplaza el invisible. El ingreso en perpendicular es perfecto, la piel y la carne no ofrecen ninguna resistencia, el metal se desliza suavemente por entre las venas desgarrando con una precisión milimétrica la segunda cuerda vocal, cortando de izquierda a derecha; el desplazamiento seco, brusco y firme termina por separar a la mujer de la voz.

El movimiento en su conjunto tiene la precisión y la excelencia que sólo puede tener lo fugaz, aquello que no dura lo suficiente, ni siquiera para caer bajo la posibilidad del juicio humano. Ni un esbozo de grito, ni un hilo de sangre, ni un tambaleo. El nudo del pañuelo se desajusto un poco.

Mi brazo derecho hace casi todo el trabajo en sostenerla, pero hasta un poco de ella también contribuye al andar. Casi muerta, con los ojos muy abiertos, camina a mi lado. Como para no pecar de inhumano trato de consolarla, de calmarla, de explicarle que en realidad no es tan grave, que no es tan distinto de lo que eran sus días, de que no deja mucho atrás, de que no esta perdiendo tanto, de que no esta abandonando ningún amor (real), en fin, entre esas palabras se nos van un par mas de metros, un par mas de autos, un par mas de faroles, hasta llegar a una rotonda, con un pequeño cantero poco iluminado donde la hermosísima chica del pañuelo va a mezclar la palidez de su cara, con la humedad del cantero. Negro, Blanco, Marrón.

VIII El espectador

Con la respiración todavía acelerada, camino sin mirar atrás por la avenida. Me dejo bañar por ese placer inmenso que sólo proviene de la perfección. Me regocijo en todo el sentido de la perfección, me siento pleno y completo, el universo no es mío pero sus reglas están delineadas por el trazo de mi mano…todo me es hermoso en este momento. Cruzo en el primer semáforo que interrumpe el espaciado simétrico de los faroles de la avenida, continuo un par de cuadras, doy vuelta a la derecha dos veces y encaro nuevamente para la avenida, por la vereda contraria a la que yace mi más reciente y victoriosa victima. Quiero ver en toda la exterioridad posible, ese hermoso acto de creación tendido inerte en el suelo, necesito ver como alrededor de ese cadáver, el universo lentamente se va acomodando, como una idea que pasa se infecta del olor a podredumbre y se muere, como una flor que pensaba crecer en el cantero ya no piensa; más que nada quiero ver, la incapacidad de ver, el mundo sigue pasando como si nada, una pareja, un hombre que pasea a su perro, un policía, nadie ha notado nada. Y esa, es ni más ni menos, que la corroboración de la insustancialidad del cuerpo de hoy. El cuerpo no es nada, y el espíritu menos, y entonces, como en esa chica no había imagen… entonces nada murió nada cambio. Es claramente una demostración por el absurdo. Si usted quiere mostrar que la imagen no significa nada (y todo) entonces mátela y coteje que al hacerlo nada cambia. Lo mismo para el cuerpo. Usted quiere saber que el cuerpo (sin imagen) no significa nada, entonces mátelo, y vea como al hacerlo nada cambia.

Mi tarea sigue estando en plena vigencia. Esta certeza renueva todos mis sentidos, podría salir y llevarme tres o cuatro invisibles más a la tumba esta misma noche. Ni el arrojo o la valentía de un Napoleón o un Alejandro pueden llenar la ventura de mi alma esta noche. Si Jesús Cristo se cruzara en mi camino podría matarlo sin parpadear, si mis padres lo mismo. Si Brenda se cruzara en mi camino también podría matarla, pero con los ojos cerrados. En ella encontré el recuerdo exacto de aquella sonrisa que me pedía morir.

Sigo camino hasta quedar paralelamente situado al cuerpo de ella. Es increíble que nadie lo note. Yo perfectamente puedo ver como el pelo se mueve apenas con el viento y como un perro callejero husmea en el olor a cadáver.

Desde un recoveco entre dos asientos de plaza se asoman dos ojos que me miran fijamente.

El Ángel vuelve caer del cielo-infierno a la tierra. Esa imagen es la única que puede representar este momento. Una nueva ruptura narcisista se descubre. La del espectador y el universo.

En mi lista de reglas había una referida al cuidado de no ser descubierto, las implicancias de tal situación, como la cárcel o la misma muerte son obvias. Pero era claro que esa mirada no interfería en lo más mínimo con la regla. Quien miraba no tenia algo que pudiera parecer a una expresión de alarma, su tranquilidad no había variado en ningún sentido. Mi acto de dar muerte a esa chica, tenía para mí una justificación más que valida y por tanto, era normal que no me inmutara en absoluto, pero para aquellos ojos esa justificación no existía. Por tanto, se habría una infinidad de preguntas sin respuesta que me paralizaban los músculos al punto de poner en riesgo toda mi labor de esa noche. Estar ahí parado, con la vista fija y perdida era una actitud claramente delatora que tenía que interrumpir en seguida, pero en el otro extremo de mis pensamientos, no existía lo posibilidad de continuar ni siquiera un paso hasta no haber desentrañado el significado de aquella inmutabilidad, de aquella mirada indiferente a la muerte. El ruido estridente y seco de una frenada me saco de mi abstracción, las pocas gentes que habían voltearon la cabeza. Era el momento justo para irse sin llamar la atención. A fuerza de voluntad camine hasta otro bar, a unas pocas cuadras, tratando de no ser atropellado en cada esquina producto del estupor que todavía sentía y de los pensamientos que se me agolpaban sin tregua. Caminaba totalmente sumido en una inquietud horrible.

La mayor parte de mi actividad, estaba justificada por la aberración en que consistía. Es decir, si bien el fin lo justificaba sobradamente: mostrar que la única solución para la situación actual del alma del hombre reside en lo drástico e irreversible de la muerte, ponía de relieve, la necesidad de una solución final de ese tipo.

Sentado en el bar, sordo a los decibeles dolorosos de la música y al calor sofocante, una sola conclusión me venia a la mente. Pase alrededor de tres cervezas negras y un vino caliente buscando otra respuesta, o tratando de falsear la ya conseguida. Nada. A simple y compleja vista, era irrefutable. Si el hombre ya ni siquiera se espantaba de la muerte, si podía contemplarla con total naturalidad, más aun, si podía convertirla una suerte de deleite, de contemplación placentera, mi tarea, toda mi empresa, había perdido sentido otra vez. Ya nada podía restituir el mundo al Orden Necesario.

De camino al refugio que representaba mi habitación con sus opacos libros, sentía que todo bajo mis pies se volvía lánguido, aburrido, densamente lento, como si se tratara de un peregrinaje a la crucifixión. Mi entera existencia, que yo creía marcada por un designio del destino, por una teleología indestructible se torno una bochornosa risa desvanecida en una multitud de espectadores. Esos dos ojos, se habían convertido en el anfiteatro de una comedia, de la cual yo era el actor principal, y a todo coro no paraban de reír.

IX

Pase varios días en cama, absolutamente decidido a dejarme consumir el resto de mis días, o hasta encontrar una razón que pudiera mostrarme que había algo ahí afuera, por más indeleble e ininteligible que fuera, que marcaba una regularidad, un trazo imperceptible que pudiera devolverme la confianza, en la loable actividad que había sido mi vida. Algo que pudiera darle realidad a esas palabras que una y otra vez había leído “la armonía oculta es superior a la manifiesta”. Varios días mas pasaron, alternando fiebres y delirios, sueños mezclados con realidad, o realidades mezcladas con sueños, nada era perceptible. Harto de buscar razones donde ya sabia imposible encontrarlas, me arme de coraje y decidí, como tantas veces había hecho, arriesgarlo todo en una demostración por el absurdo.

La solución me parecía definitoria, y serviría perfectamente para poner fin a tantas dudas. Consistía en crear las condiciones para mi muerte, situarme en ese escenario y dejar que la acción se desarrollara. Los desenlaces previstos por mi eran dos, o bien mi hipótesis se corroboraba, y en medio del escenario perfecto para mi muerte nada sucedía, con lo cual, mi destino nuevamente aparecía justificado y mi tarea también, y aquel episodio de los ojos inescrupulosos había sido un accidente, una casualidad, o bien… la otra posibilidad me era imposible de concebir, mucho menos de formular en palabras.

Después de ponderar entre varias opciones, me decidí por la más arriesgada, si lo que estaba en juego era el sentido de mi existencia, no podía dejar lugar a ambigüedades.

Esa tarde, coordine con mi hermana, para buscar a mi sobrino de cuatro años con la promesa de llevarlo de paseo. Ella gustosa e ingenua acepto, sin reparar en la extraña invitación.

Mi sala de lectura había sido el lugar elegido. Quite todos los muebles, dejando tan solo las estanterías repletas de libros. Marque un rectángulo en el piso, donde en cada uno de los extremos fije al piso unas argollas metálicas y unas esposas. El rectángulo tenía la longitud de mis cuatro extremidades. Dispuse desparramados por el suelo, toda suerte de relucientes y brillantes juguetes para mi sobrino. Había de todo, cuchillos recién afilados de distintos tamaños, pequeñas hachas, martillos, pinzas, una serrucha, un látigo y hasta una ballesta, que a pesar de los años que llevaba en el sótano, todavía funcionaba. Le explique al inocente niño, que cada uno de esos juguetes eran como crayones con lo cuales tenia que dibujar sobre mi cuerpo.

Vestido tan solo con un pantalón corto y negro, me situé en mi posición. Con tranquilidad y con la mirada perdida en los lomos de los libros, asegure primero mis pies con las esposas, me vende los ojos, y ayudado por el tacto, deslice mis muñecas por las esposas haciendo presión contra el suelo, hasta quedar completamente inmovilizado contra el suelo. Invite a mi sobrino que empezara libremente a jugar.

Lo primero que llama su atención es la ballesta, no sólo lo adivino por el ruido, sino más precisamente por el rectángulo afilado que se clava incisivamente en mi costilla izquierda. El brotar de la sangre roja, le otorga realidad a mi analogía con los crayones, y dispuesto a armar un precioso dibujo, alentado y excitado por la realidad del color rojo, toma ahora el cuchillo, con el cual delinea unos garabatos. Por la rapidez de su respiración y los jocosos ruidos, me doy cuenta que mi sobrino la pasa de maravilla.

Tan concentrado en adivinar los movimientos que realiza, constato el olvido de mí mismo, y entonces, cuando me recuerdo siento un profundo temor por tanta calma. Se mezclan la felicidad de saberme tan seguro de la certidumbre de mi destino y de la imposibilidad de que no se cumpla. Pero cuando empiezo a sentir que desde el abdomen hasta las pantorrillas me chorrea sangren no puedo evitar que un escozor me corra por la espalda. No había previsto, que tal vez, mi sobrino no me diera muerte como yo creía, pero si, que yo me dejara morir. Esa posibilidad, que antes no había cotejado, introducía toda la ambigüedad y la incertidumbre que había tratado de evitar. Sabía que a las seis mi hermana vendría a buscar a su hijo. Para cuando el ritual había comenzado eran recién las cuatro de la tarde. Tendría que aguantar casi una hora mas en ese estado de desangramiento o todo habría resultado en vano.

Unos segundos después, me arrepentía de haber dedicado mis últimos pensamientos a tamaña banalidad. Mientras una hermosa navaja suiza se hundía graciosamente en mi pecho, yo veía desfilar las caras de mis victimas, entre un sentimiento de arrepentimiento y culpa. Me retorcí violentamente escupiendo sangre y saliva, que producían más mis pensamientos que el cuchillo. No me permitiría ahogarme en la mediocridad del arrepentimiento. Con las últimas sinapsis que me quedaban, invente un artilugio incongruente que justificara todos mis asesinatos. Todos menos el de la chica de la sonrisa, que cualquiera en cualquier mundo hubiese comprendido. Pero hasta en ese último halito de esperanza todo era en vano. Allí estaba yo, muriendo, asesinado por un niño, sin culpa, sin intenciones, sin sentido, sin conciencia, sin lógica, sin motivo. Movido únicamente por la diversión, por el arte de dibujar, por un juego sobradamente lúdico. Una muerte sin razón, sin ningún atisbo o fragmento posible de algo semejable a una razón.

Moría una tarde de verano, alrededor de las cinco de la tarde, escuchando una sonrisa infantil, alegre y despreocupada, inocente y divertida, que representaba, ni más ni menos, que todo el azar puro, toda la contingencia del Universo.

Fin